Érase una vez una niña llamada Karina
que desde muy pequeña le gustaba dibujar historias en un boceto que le había
regalado su mamá. Lo más sorprendente es que ella en sus dibujos reflejaba sus
sueños. Defender a sus amigas cuando otras chicas más grandes las trataban mal.
Cuidar y rescatar a las mascotas cuando estaban en peligro.
Un día Estefany, su mejor amiga, la
llamó porque su perrito estaba atrapado entre las ramas de un árbol. Karina fue
corriendo con la ilusión de rescatarlo, pero cuando llegó al parque se dio
cuenta que no alcanzaba ya que era muy alto. Le dio mucha pena, sus sueños solo
se quedarían en los papeles blancos que finalmente se convertirían en un
recuerdo más. Dejo de dibujar por un largo tiempo.
Nada la animaba, ni ver a su pequeño perrito
Peluchin jugar por el patio de su casa. A penas y lo sacaba a dar una vuelta.
Ese perrito que tanto despareció mientras ella miraba los alrededores del
parque. Regreso a su casa muy triste y más apenada. Su mejor amigo ya no estaba
con ella para calmar su dolor. Cuando dormía, entre sueños escuchaba
a su mascota llorar. Lo imaginaba en un rincón con frio y solo. Sin comida, sin
compañía.
Para la sorpresa de Karina su querido
perro no era el único que había desaparecido. Los perritos de su barrio
extrañamente también habían desaparecido.
La pequeña niña salió a la calle con
su mamá. El cielo era color plomo, y a penas se escuchaba el maúllo de los
gatos. Las casas habían cambiado, parecían no tener vida, ni sentido.
-Quiero que mi perrito regrese a casa
– le dijo a su mamá.
-Pronto, hija, pronto – la señora trato
de calmar a su hija.
-Pero ya no hay más perritos en la
calle ¿Por qué no llaman a la policía? – preguntó.
-Ya lo hicimos, pero no vienen –
respondió apenada.
-Deben salvarlos, Peluchin seguro
esta triste.
-Paciencia Karina.
La pequeña no entendía porque nadie
se hacía cargo de la desaparición de los perritos. Ella se alejo de la
conversación de adultos que escuchaba y no entendía. Como todo niño, se sentía
perdida entre los grandes.
Vio a un señor muy misterioso,
llevaba un saco y gorro color negro. Tenía un perro muy pequeño entre sus
manos. Está intrépida niña lo siguió sin que este hombre se diera cuenta.
-¿Dónde vas? – le pregunto su primo a
la pequeña Karina. Asustándola por la espalda.
-¡Shuuuu! No hagas bulla – le dijo –
Estoy siguiendo a ese señor – agregó.
-Te acompaño. No puedes ir sola por
la calle.
Ambos fueron detrás del señor, quien
entraba a una casa y miraba a su alrededor. Un perrito salió corriendo, pero lo
atrapó y lo metió de nuevo a su casa. Era el secuestrador de perros. Karina no
quería quedarse atrás y fue por el callejón.
-No vayas, ese hombre te puede hacer
daño – le dijo su primo.
-No tengo miedo – sentenció Karina.
-Voy a ir por ayuda ¿Sí? Y promete
que me vas a esperar acá.
-Pero… está bien.
Engañó a su primo porque cuando este
se fue, ella siguió su camino hacia la casa del secuestrador de perros. Agarró
una piedra y la escondió en su espalda. Tocó la puerta de madera. El hombre
cuando abrió la puerta estaba serio.
-¿Qué quiere? – dijo el hombre
amargo.
-Vine si podría regalarme un perrito.
-No tengo perros ¡Váyase!
-Sí, si tiene, yo lo vi.
-¡Vete! – gritaba el hombre mientras
empujaba a Karina.
-No me empuje – se quejó.
Ella aprovechó que el hombre se
agachó y le tiro la piedra en la cabeza. Entro a la casa y vio a muchos
perritos pero no el suyo. Siguió buscando por el patio principal hasta que
escuchó un ladrido muy familiar. Ahí estaba su pequeño Peluchin, ella lo había
rescatado. Minutos más tarde su primo llegó con los policías y los perritos regresaron
con sus dueños. Su mamá la abrazó fuerte, su papá la cargó y le dio un beso en
la mejilla demostrando el orgullo que sentía por su hija.
Karina sabía que si perseguía sus
sueños podía hacer lo que ella quería. Si no pudo rescatar al perrito de su
amiga, fue un obstáculo más de la vida. Cuando rescató a su perrito empezó a
dibujar de nuevo. Sus hazañas ya no eran parte de un boceto. Y podía creer de
nuevo. Porque creer no es solo una palabra. Porque no puedes quedarte sentada y
esperar. Porque no puedes dejar de soñar.