Escuche a mi mama gritando, como nunca lo había hecho en su vida. Escuchaba mis gritos, los de mi papa y mi pequeña hermana. Todo parecía una pesadilla quería salir corriendo de ahí, quería saltar, quería morir, quería construir algo nuevo pero era muy tarde. Lo que había soñado algún día, no se logro, no se concreto, no pasó.
Estaba caminando sin rumbo alguno y nada en especial. Me encontraba perdida y sin ánimos para continuar. Solo le pedía a Dios las fuerzas necesarias para seguir con esto, para no desear los que otros hacen sin sangre; el suicidio.
Era una batalla sin un triunfador, dos bandos, dos equipos, dos contrincantes. La vida y la muerte en mi corazón y en mi cabeza.
Muchos los llaman perdedores, antisociales, tontos. No saben todo lo que uno debe de luchar para salir adelante, para tratar de no caer, no envolverse de nuevo en esa telaraña de dolor, de las gotas saladas, de los charcos de sangre, del derrumbe sin querer ser reconstruido.
A veces las cosas no salen como uno lo planea, eres tan sensible que corres a tu cuarto, te vas sobre la cama y te pones a llorar sin nadie que te pueda consolar. Un largo tiempo esperabas por esto, por sentirte viva de nuevo, por sentirte madura y llena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario